05 julio 2010

El cola de flecha


Revisando mis diarios y revistas viejas, acumuladas en un sinfín de cajas y estantes, con la intención de ir ganando espacio en una pieza/de/computador que cada vez se hace más chica y que además, ha debido soportar la invasión de una tabla de planchar y una aspiradora gorda y bulliciosa, me encuentro una entrevista que hizo Javier García en el diario La Nación, a Marcelo Montecinos, de La Calabaza del Diablo, en julio del año 2007, y que quiero rescatar. La Calabaza ha sido siempre fuente de inspiración para este servidor y el trabajo que han realizado desde sus inicios es francamente admirable. La pego aquí:

El cola de flecha
La imprenta comenzó a funcionar en 1983 por sobrevivencia. Mi papá, Guillermo Montecinos, era periodista, pero no pudo trabajar después del golpe militar. Un día llegó con un cajón y una máquina desarmada y durante medio año la montaron con un maestro. La imprenta partió haciendo libros, y la gente del gremio se extrañó, porque es siempre al revés, tienes que partir imprimiendo boletas, después libros.

Su nombre es Caligrafía azul, puesto por una tarea de colegio que nuestros padres tenían que hacer cuando niños. Mi papá, lector empedernido, era amigo de Enrique Lihn y Germán Marín. Con Lihn hicieron en la imprenta “La aparición de la Virgen”, el último libro que Lihn publicó en vida.

La imprenta fue usada por la Comisión de Derechos Humanos, y mi papá hacía sus informes, que aparecían mensualmente, desde el ’83 hasta el ’87. Eran unos libritos de 100 páginas, donde salían los presos, torturados y muertos de la dictadura en el mes; entonces se llevaba un registro a nivel nacional y se hacía un informe, que se difundía en el país y el extranjero. Creo que ése fue un libro memorable. Recuerdo que una vez fuimos a dejar los paquetes en estado de sitio, con los milicos en la calle.

Mi papá murió de un cáncer fulminante, en tiempos en que estaba preparando una colección; quería rescatar a escritores que dan origen a la literatura chilena. La antología “El perro vagabundo”, de Carlos Pezoa Véliz, es lo único que alcanzó a sacar.

Luego, yo me metí en el asunto, no sabía ni operar una máquina, pero en un año y medio quedé flor. Después estudié filosofía y literatura en la Universidad de Chile, a la par que trabajaba, y el año ’97 hice la primera colección de poesía con el nombre de La Calabaza del Diablo publicando a tres poetas de Valparaíso, Enoc Muñoz, César Zapata y Marcelo Pellegrini.

En ese tiempo, Jaime Pinos, que también estudiaba literatura, porque él iba a ser escritor –así me dijo–, escribió la novela “Los bigotes de Mustafa”, que publicamos por La Calabaza el ’97. Y así hicimos el proyecto de libros, revista y librería, la tríada. La librería, que estaba en Bellavista, duró desde el ’99 al 2001, pero terminó siendo una oficina de La Calabaza. Teníamos la mitad de los estantes con literatura chilena; pensábamos que íbamos a matar, pero cero recepción (se ríe).

Ahí, con Jaime, iniciamos una mecánica de editor, de recibir textos, buscar, leer, analizarlos y responderle al autor lo más pronto posible. Ahora, todo se hacía a pulso, porque no teníamos plata, y por eso la llegada a quioscos de la revista fue un proceso largo. El primer número salió el ’98, y comenzó a trabajar gente como Rodrigo Hidalgo, Ramón Díaz Eterovic, Elisa Montesinos, mi hermana Isolda, Pepe Cuevas, Pato Pimienta, Pablo Vergara y Juan Andrés Guzmán, que ahora son del “The Clinic”. Ellos escribían textos a cuatro manos y firmaban como “Columbo y Gadget”; también estaban los fotógrafos Alexis Díaz y Álvaro Hoppe.

Creo que la identidad de La Calabaza del Diablo es la búsqueda de cierto pulso del país. No el lado B precisamente, porque nosotros alucinamos con la realidad misma, ahí está todo. No creo que sea la memoria, sino la realidad, y ahí está Enrique Lihn, un autor muy presente en nosotros.

Como editor, creo que todo lo que editó es bueno, estoy convencido de eso, pero también, como todo ser humano, creo que no tengo la verdad ni cagando. Ahora, creo que cometí un error en estudiar en la universidad, perdí mucho tiempo, quedé dolido con ese tema, no le tengo respeto al área humanista, no así a la ciencia. Fue una huevá fome. Excepto Juan Emar, que lo leí entero.

Por la revista entrevistamos a Gonzalo Millán, y nos dimos cuenta que realmente era un tipo inteligente. Cuando se acabó la revista, Millán me dijo: “Hay que hacer otra revista, porque en Chile son como la maleza”. Él quería hacer una sobre las drogas, escribir sus experiencias de viaje, escribir sobre las leyes contra el cigarro, cuestión, decía, que atentaba directamente contra el ser humano. Además, quería colocar el tema de los alucinógenos del mundo precolombino, pero después él se enfermó.

Ahora quiero seguir publicando libros de la colección Nunca Salí del Horroroso Chile, de poetas extranjeros, otra de traducción que se inaugura con el poeta George Oppen. Además, quiero sacarle más trote a la editorial, para que sea más visible. No quiero marcar el paso, mira que de repente puede aparecer el cola de flecha.

La Nación. Domingo 8 de julio de 2007