R.S.V.P...
Almuerzo homenaje al embajador Jorge Edwards Valdés:
Alejandro Lira Ovalle, Germán Ovalle Cordal, Mariano Fontecilla de Santiago Concha, Cristián Zegers Aristía, Roberto Guerrero, Emilio Lamarca Claro, Pilar Vergara Tagle y Patricio Fernández Chadwick invitan a adherir al almuerzo homenaje que se realizará en el Club de la Unión de Santiago, el martes 7 de julio, a las 13:15 horas, para despedir al recién nombrado embajador de Chile en Francia, Jorge Edwards Valdés. Información e inscripción al teléfono 4284642.
(El Mercurio. Vida Social pag. A9, miércoles 30 de junio 2010.)
* * *
Edwards fue motivo de polémica durante las pasadas elecciones presidenciales en Chile, cuando señaló su apoyo al candidato de la derecha Sebastián Piñera, pese a haber apoyado desde siempre a la Concertación.
Su carrera diplomática ha tenido ya anteriormente como destino a la Ciudad Luz, pues de vuelta en Chile luego de una frustrada misión en La Habana encargada por el gobierno del presidente socialista Salvador Allende, ocasión en la que fue declarado persona non grata por el gobierno cubano, fue enviado a París como ministro consejero del entonces embajador Pablo Neruda. Neruda recuerda el capítulo con la siguiente mención en sus memorias:
...Eso de ser embajador era algo nuevo e incómodo para mí. Pero entrañaba un desafío. En Chile había sobrevenido una revolución. Una revolución a la chilena, muy analizada y muy discutida. Los enemigos de adentro y de afuera se afilaban los dientes para destruirla. Por ciento ochenta años se sucedieron en mi país los mismos gobernantes con diferentes etiquetas. Todos hicieron lo mismo. Continuaron los harapos, las viviendas indignas, los niños sin escuelas ni zapatos, las prisiones y los garrotazos contra mi pobre pueblo.
Ahora podíamos respirar y cantar. Eso era lo que me gustaba de mi nueva situación.
Los nombramientos diplomáticos requieren en Chile la aprobación del senado. La derecha chilena me había halagado continuamente como poeta; hasta hizo discursos en mi honor. Está claro que estos discursos los habrían pronunciado con más regocijo en mis funerales. En la votación del senado para ratificar mi cargo de embajador, me libré por tres votos de mayoría. Los de la derecha y algunos hipócrita-cristianos votaron en mi contra, bajo el secreto de las bolitas blancas y negras.
El anterior embajador tenía las paredes tapizadas con las fotografías de sus predecesores en el cargo, sin excepción, además de su propio retrato. Era una impresionante colección de personajes vacíos, salvo dos o tres, entre los cuales estaba el ilustre Blest Gana, nuestro pequeño Balzac chileno. Ordené el descendimiento de los espectrales retratos y los sustituí con figuras más sólidas: cinco efigies grabadas de los héroes que dieron bandera, nacionalidad e independencia a Chile; y tres fotografías contemporáneas: la de Aguirre Cerda, progresista presidente de la república; la de Luis Emilio Recabarren, fundador del partido comunista; y la de Salvador Allende. Las paredes quedaron infinitamente mejor.
No sé lo que pensarían los secretarios de la embajada, derechistas en su casi totalidad. Los partidos reaccionarios habían copado la administración del país durante cien años. No se nombraba ni a un portero que no fuera conservadoro monárquico. Los demócrata-cristianos a su vez, autodenominándose «revolución en libertad», mostraron una voracidad paralela a la de los antiguos reaccionarios. Más tarde las paralelas convergerían hasta volverse casi una misma línea.
La burocracia, los archipiélagos de los edificios públicos, todo quedó lleno de empleados, inspectores y asesores de la derecha, como si nunca en Chile hubieran triunfado Allende y la Unidad Popular, como si los ministros de gobierno no fueran ahora socialistas y comunistas.
Por tales circunstancias pedí que se llenara el cargo de consejero de la embajada en París con uno de mis amigos, diplomático de carrera y escritor de relieve. Se trataba de Jorge Edwards. Aunque pertenecía a la familia más oligárquica y reaccionaria de mi país, él era un hombre de izquierda, sin filiación partidista. Lo que yo necesitaba sobre todo era un funcionario inteligente que conociera su oficio y fuera digno de mi confianza. Edwards había sido hasta ese momento encargado de negocios en La Habana. Me habían llegado vagos rumores de algunas dificultades que había tenido en Cuba. Como yo lo conocía por años como un hombre de izquierda, no le di mayor importancia al asunto.
Mi flamante consejero llegó de Cuba muy nervioso y me refirió su historia. Tuve la impresión de que la razón la tenía los dos lados, y ninguno de ellos, como a veces pasa en la vida. Poco a poco Jorge Edwards repuso sus nervios destrozados, dejó de comerse las uñas y trabajó conmigo con evidente capacidad, inteligencia y lealtad. Durante aquellos dos años de arduo trabajo en la embajada, mi consejero fue mi mejor compañero y un funcionario, tal vez el único en esa gran oficina, políticamente impecable.
(Pablo Neruda: "Confieso que he vivido" Memorias. Seix Barral 1974.)
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