Bolaño más vivo que nunca.
Ni siquiera en estos días en los que el peruano Mario Varga Llosa estrena su vida de Nobel, el áurea de Roberto Bolaño (1953–2003) deja de iluminar el sistema literario iberoamericano. Chileno, mexicano por adopción, finalmente residente en España y hasta argentino por invención, fue el encargado de las exequias del boom y de ofrecer el siguiente capítulo de la historia literaria grande de este continente. Novelas como Los detectives salvajes y la póstuma 2666 o los cuentos de El gaucho insufrible, calaron hondo en lectores y particularmente en nuevas generaciones de autores.
A siete años de su muerte, su obra publicada crece gracias a la voluntad de su viuda Carolina López. Ella es la administradora del legado del escritor y quien se ha granjeado numerosas críticas por la siempre discutida decisión de publicar la obra inédita de su marido. Este año llegó una nueva novela, Tercer Reich . En enero la editorial Anagrama publicará –primero en España y después en América latina– Los sinsabores del verdadero policía , otro de los tesoros que Bolaño dejó terminados entre sus papeles antes de morir. En un primer momento, al aparecer los nombres de Amalfitano y Arcimboldi (sin h), se creyó que formaba parte de 2666, pero una vez leída y ordenada, quedó claro que Bolaño empezó a escribir la “flamante novela” en los 80 –la cita en una carta de 1984– y que es una obra distinta, que no necesita de 2666 para ser entendida. La mitad estaba escrita a máquina y el restante, en computadora. En la novela, como es costumbre en la obra de Bolaño, se repiten temas y personajes. Hay un retrato ácido del mundo editorial español y, también, una historia de doble exilio, en la que no faltan violaciones, historias de amor, un falsificador de obras de Larry Rivers, vivencias de perdedores, desengañados de la izquierda, escritores que no acaban su obra y hasta la la irrupción del sida. Hay también fragmentos que después Bolaño incluiría en otros textos. “Es la manera de trabajar de Bolaño, su juego caleidoscópico y borgiano de utilizar los mismos elementos y personajes –iguales y distintos– para crear su universo narrativo”, señaló la viuda del autor –poco afecta a dar entrevistas– al diario La Vanguardia.
La novela (y sus entretelones) no son las únicas sorpresas. La viuda del escritor mostró también un poema del escritor dedicado a los poetas de la región. “Poesía latinoamericana. Horda de poetas de lengua castellana y portuguesa” es un perfil irónico del mundo editorial latinoamericano; el mismo que ignoró a Bolaño durante décadas y que ahora –muerto el autor– esculpe su figura como la de un ícono pop. “Tuvo tiempo de disfrutar el reconocimiento. Tuvo la tranquilidad de saber, por fin, que todo lo que escribiera se iba a publicar. Pudo también saberse muy valorado por la crítica literaria y por algunos de los escritores que había leído con atención desde hacía años, como Gimferrer, Enrique Vila-Matas o Susan Sontag. Pudo recibir premios importantes”, desdramatizó López sobre ese destino paradójico y tan comentando.
Las decisiones polémicas de López, como la de de cambiar de agente literario (de la española Carmen Balcells al británico Alex “El chacal” Wyllie), por ejemplo, le terminaron de abrir a Bolaño las puertas del inmenso mercado norteamericano como a ningún escritor latinoamericano en décadas. De las críticas se refugió en el silencio. “Responde al respeto hacia Roberto, a mis hijos, y hacia mí. Ha sido muy complicado para nosotros situarnos ante Roberto, como un personaje público. Cualquier persona puede reinterpretar su vida, algunos correos electrónicos se convierten en la base de una gran amistad, una relación profesional en una amistad íntima”, se lamentó. También, recordó las instrucciones del autor antes de morir: desde los cincos diskettes de 2666 para que se publicara en entregas hasta los detalles de su entierro. Lo planteaba todo con una naturalidad absoluta, se reía de todo”, dijo.
López relató que, al morir Bolaño, aparecieron cajas con una enorme cantidad de manuscritos, notas, proyectos –sobre todo de poesía– y documentos mecanoscritos que están sometidos a un proceso de clasificación y lectura. “Estamos en fase de estudio”, se entusiasmó. La viuda aprovechó la ocasión para negar algunas leyendas en torno al escritor y sus desos póstumos. “Que se afirme que nombró albacea a Ignacio Echevarría (crítico español) es un malentendido. Roberto tenía muy claro que en caso de que las cosa fueran muy mal, iba a ser yo y después sus hijos los responsables de su obra”, recordó.
Para saber qué nuevas obras duermen en el archivo de Bolaño, habrá que esperar, pero cabe ser optimistas. “Todo es publicable, pero siempre aplicando criterios. El principal: respetar escrupulosamente el texto dejado, contextualizarlo e incorporarlo al conjunto de su obra sin que la desmerezca”.
En Revista "Ñ".
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